lunes, 16 de diciembre de 2013

El señor del mal

A pesar de sus descomunales dimensiones, la estancia olía a putrefacción. En la oscuridad casi total, junto a uno de los rocosos muros y sobre un lecho apelmazado de restos humanos, se erigía el Señor del Mal, como un dios monstruoso exiliado de todos los panteones.

Su mole se perdía en las alturas, una montaña de carne amorfa, palpitante en algunos de sus obscenos pliegues y de un verde putrefacto en otros, envuelta en vapores de corrupción y nubes de moscas rabiosas. Algunos huesos parecían querer rasgar desde el interior la grasa, la piel correosa cubierta de llagas y cicatrices que los aprisionaban. Y allá en la cima, donde habría de existir un rostro, el Señor del Mal exhibía un enorme agujero abierto en la carne, que se abría y cerraba, se abría y cerraba sin descanso...boqueando un murmullo gorgoteante, e inaprensible.

La única, escasa iluminación, provenía de los tres corredores horadados en la roca, cuyas bocas vomitaban tenues resplandores rojizos y anaranjados en la inmensa oscuridad de la caverna. El Señor del Mal resultaba, medio vislumbrado, medio intuido, una visión de pesadilla ante esa luz insuficiente.

Del corredor central comenzaron a llegar ecos de pasos y voces apagadas, temerosas. Poco después, precedidos por sus sombras titilantes, emergían hombres de variopinto aspecto, constitución y catadura, organizados en pulcra fila india. Todos avanzaban mirando hacia su siguiente paso; era la forma de mostrar respeto y sumisión incondicional ante el Señor, así como una precaución para no tropezar con ningún desnivel de la roca o alguna de las criaturas, blanquecinas e indefinibles, que se escabullían entre sus pies como serpientes. Un rumor grave, contenido, les acompañaba en su travesía por la oscuridad. Algunos tosían para aclararse la garganta, dominados por el nerviosismo; y las toses sonaron tan ridículas, patéticas, en aquella majestuosidad tenebrosa de espacios sólo imaginables, que los abrumados hundieron –aún más– sus cabezas entre los hombros, como si intentaran esconderse en sí mismos.

El primero en la fila, un hombre de piel oscura y ojos gélidos, les guiaba con paso firme; parecía que no era la primera vez que caminaba por este lugar, pero para muchos de ellos, resultaba evidente que así era: según se iban acercando, y la masa ingente del ser que habían venido a buscar se convertía en una realidad irrefutable para sus sentidos, comenzaban a trastabillar, temblando sin remedio. Nunca imaginaron que su presencia fuera a ser tan...inhumana.

<> –les había advertido su guía, pero a medida que la fila avanzaba, su paso se iba haciendo lento, cauteloso. Ninguno podía evitarlo. Aquel ser colosal les hacía sentir indefensos, minúsculos ante su tamaño, y su aura de maldad casi respirable. De repente, un bramido gutural, atronador, surgió de la montaña de carne como una erupción sonora, una tormenta cacofónica de voces fundidas en un tono salvaje, que se expandió en olas de negrura. En la fila, los nervios de algunos hombres se quebraron definitivamente. Toda la valentía que les impulsó hasta aquí se desvaneció, quedando en su lugar la esencia pura del miedo animal. Unos quedaron paralizados, como estatuas lívidas de sal, otros cayeron al suelo, hechos ovillos fetales, temblorosos. Un joven alto y delgado corrió despavorido, intentando huir por donde habían llegado. Y a los pocos metros del umbral, una sombra se interpuso entre él y su salvación. Como una ráfaga de viento, se lanzó sobre su cuerpo, pegándose a su piel. Su primer grito de sorpresa pronto aumentó hasta ser un aullido de sufrimiento. Los pocos que se atrevieron a mirarlo vieron cómo la carne se deshacía lentamente, burbujeando, cayendo en goterones al suelo; sus ojos eran dos gelatinosas lágrimas blancas, que se escurrían junto a las pastosas mejillas sobre el pecho. Y así siguió gritando hasta que dejó de tener garganta para hacerlo. Sus compañeros de fila caídos se habían unido a él, como bultos negros de brea siseante, en una sinfonía de dolor. Los demás –aún conmocionados– se pusieron a caminar de nuevo. Y entonces comprendieron que no era roca lo que estaban pisando desde que entraron...

El guía de la fila se detuvo, al fin, frente a un enorme montón de objetos compactados de toda clase: cuerdas, hachas, telas que habían sido prendas de vestir, piedras...formando un parapeto que rezumaba sangre como un extraño animal herido, frente al Señor del Mal, que se alzaba sobre ellos, un océano vertical, imposible, de carne corrupta. El olor era espantoso, y tuvieron que luchar por retener las arcadas.

El primer hombre se adelantó un paso. Metió las manos en los bolsillos del pantalón y sacó un cuchillo en un trozo de tela ensangrentada. Los mostró en alto, justo antes de arrojarlos al montón.

–Violé a una chica. Después, le corté el cuello con ese cuchillo.

El Señor del Mal se inclinó levemente hacia él desde las alturas, como si pudiera verlo a través del agujero en la carne por el que habló, con su voz compuesta de mil voces:

Cuatro años más de vida –retumbó, con ecos abismales.

El hombre hizo una leve reverencia antes de dirigirse hacia la derecha de la deidad, donde se abría la boca de uno de los tres corredores iluminados. Una vez vio salir a su compañero, el siguiente en la fila ocupó su lugar. Intentó que su mano dejase de temblar mientras sacaba un revolver de su chaqueta. Lo elevó sobre su cabeza, y lo echó al montón. Allí quedó entre los pliegues de un saco.

Disparé a mi hermano hasta matarlo –dijo con voz medio estrangulada.

Cinco años más –sentenció el Señor.

El tercer hombre era de baja estatura, casi calvo y con una expresión de odio perenne grabada en las facciones. Con una inclinación, empezó a exponer sus actos:

Ordené el genocidio de una odiosa minoría en mi país. Murieron miles, no sabría decir cuántos exactamente.

El Señor del Mal se removió, acompañado de un sonido de humedad pegajosa según se volvían a asentar las masas de carne en su nueva posición.

¿Los mataste a todos tú, en persona? –La pregunta cayó como un alud furioso y ensordecedor sobre él.

El hombre se inclinó un poco más. Unas gotas de sudor empezaban a resbalarle por la frente.

Yo di todas las órdenes a los comandantes, mi Señor –consiguió decir, sin saber dónde mirar.

El Señor del Mal volvió a tronar, escupiendo rabia aterradora.

¿No manchaste tus manos de sangre?

No...de forma directa; pero sin mi or...no pudo terminar la frase.

En la montaña de carne se abrieron varias pústulas, largas y serpenteantes, y una miríada de tentáculos fue expulsada al exterior, lanzándose sobre el genocida. Uno de ellos le rodeó la cabeza, a la altura de los ojos, mientras otros lo tomaban por las piernas y la cintura, elevándolo sobre el suelo. La fila retrocedió espantada, ante los gritos angustiosos del hombre que intentaba zafarse sin conseguirlo. Entonces los tentáculos comenzaron a presionar. Y los gritos de dolor, entrecortados, aumentaban de volumen para horror de todos los que lo observaban debatirse. Su agonía pasó a un alarido mantenido de sufrimiento, mientras los tentáculos empezaron a tirar en sentidos opuestos, sin soltar a su víctima. Unos crujidos amortiguados pero audibles, escalofriantes, salían del hombre, cuyas cuerdas vocales debían haberse quebrado ya en el éxtasis del dolor. De súbito, el cuerpo se partió en dos con un restallido de huesos y músculos; los tentáculos arrojaron las dos mitades, casi con desprecio. En la fila les dio tiempo a ver cómo se descolgaban los pulmones, cómo se vertían las vísceras, antes de desaparecer en la oscuridad. Los gritos del pequeño hombre se acallaron.

Ahora quedaban once en la fila. Y el siguiente tuvo que ser empujado por los de atrás para avanzar.

Y de ellos, sólo seis dijeron aquello que el Señor del Mal deseaba oír.

Transcurrieron muchas horas antes de que sonidos humanos volvieran a escucharse en la caverna. Llegaban por el corredor opuesto al que los seis afortunados habían tomado para salir de allí, conservando su vida y un poco más. Pasos, carraspeos y algún estornudo anunciaban a la muchedumbre que se acercaba. Eran no menos de veinte cuando al fin aparecieron. Todos ancianos, que avanzaban a duras penas, y algunos de ellos, que casi no podían mantenerse en pie. Se dirigían hacia su Señor con extrema cautela, uno tras otro, tanteando con sus bastones la roca de sedimentos humanos para evitar cualquier caída que pudiera resultar fatal. Iban flanqueados por sombras inquietas, como charcos de petróleo viviente.

¡Hablad! –retumbó la montaña de carne.

Mi Señor –dijo el primero, con voz cascada, apenas audible–, venimos a pedir tu clemencia. Ya no podemos matar para ti como antes; nuestros cuerpos lo impiden. Pero sabes que nuestro deseo y nuestra devoción siguen intactos. Déjanos morir en paz, y perdona que no podamos traer ya las ofrendas que mereces, mi Señor.

El anciano inclinó el rostro, y cerró los ojos.

Algo sonó en el interior de la carne inmensa, como un trueno bajo tierra. Todos se estremecieron. Y desde las alturas cayó la voz:

No temáis. Es el regalo de la eternidad lo que os voy a conceder...

Y largas tiras de carne hedionda se desprendieron sobre ellos, aferrándolos con fuerza, alzándolos entre gritos de desesperación como colgajos patéticos. Tres tropezaron para caer sobre las sombras devoradoras; pero el resto, uno por uno, desaparecieron pataleando por el abismo que era la boca, la cima, del Señor del Mal.

Y mientras caían, mientras los recibía en su interior infinito, su pensamiento –que era un fluido cambiante conformado por millones de mentes fragmentarias– entonaba un mantra desquiciado, una oración oscura que siempre fue la misma, pero cada vez más profunda, nunca igual.

<>
<>

Como siempre fue.
Como siempre será.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Una historia extraña

 Paso un día normal, dos empleados (vamos a llamarlos Alberto y José), salían de su trabajo en una plaza mas o menos conocida. Ellos trabajaban todo el día, pues la empresa donde laboraban así lo exigía. El cansancio se les veía en los ojos, y sus músculos ya no daban para mas.

Salieron de su lugar de trabajo, caminaron un poco pues lo único que querían era llegar a su casa, Alberto se la pasaba criticando a su jefe, pues para el resultaba una maldita explotación trabajar todo el día, José en cambio lo tomada todo con mas calma y a cada queja el respondía con un chiste.
Cuando pasaban por la sucursal de Mc Donalds de Plan de Ayala, tomaron la decisión de que tenían que tomar un descanso antes de continuar a su destino, Alberto se sentó en la banca, donde es bien sabido que en cada banca de Mc Donalds, hay un inofensivo muñeco de Ronald, ahí esta con su sonrisa y con un brazo extendido invitándote a tomarte una foto con el.
Alberto estaba ahí descansando y José estaba parado junto a el, reían y bromeaban entre ellos, Alberto disfrutaba de una lata de coca cola. José le contaba chiste que de sobra sabia que le encantaban a Alberto, pues no paraba de reír en cada chiste.
De repente Alberto bostezo y se estiro, cuando volvió a su posición normal dijo:
Estoy muy cansado
Sin que ninguno de los dos lo esperara, una voz extraña y cavernosa le respondió:
Yo también
Ambos intercambiaron miradas de asombro, ¡El payaso había hablado! ¡Había movido la boca! Demasiado tétrico para soportarlo. El pobre Alberto cayó allí mismo, victima de un infarto fulminante. José huyo despavorido, no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Se desploma en su loca carrera. Despierta en un hospital, lo único que atina a decir es:
Payaso habló, lo juro
Cae en un coma, y muere días después. Cuando recogen el cuerpo de Alberto que yace inerte junto a la tétrica figura surge una nueva incógnita...


lunes, 9 de diciembre de 2013

LA LUZ DEL PASILLO

Esta es la historia que me contó una amiga asegurándome que era real. Para preservar su identidad, pongamos que se llamaba Raquel. Raquel tenía un novio, al que llamaremos Raúl, y un fin de semana él la invitó a la casa de campo de sus padres. Era una fecha cercana al día de los enamorados, y la idea era hacer una escapada romántica.

 

Llegaron el viernes por la tarde a una casa aislada en la montaña, preciosa, a la que se accedía a través de un pequeño bosque. Aparcaron el coche enfrente de la casa, pues no tenía aparcamiento ni garaje, y después se dispusieron a instalarse.

Abrieron las ventanas para que se aireara la casa, abrieron las puertas, conectaron la luz eléctrica y el gas para darse una ducha calentita, etc. Llegó la noche y cenaron en la planta primera de la casa, en el salón con chimenea. Raúl se había esmerado en que todo resultara perfecto; había cocinado una cena estupenda, había comprado cava... Os podéis imaginar el escenario sin problemas.

Pero un grito se oyó en la casa y ambos se sobresaltaron. Se quedaron en silencio, aguardando otro ruido parecido para identificar qué demonios había sonado, pero nada se escuchó. Después del susto inicial, volvieron a relajarse y estaban ya riéndose de su reacción cuando otro alarido se oyó e inmediatamente después la luz se fue. Sin velas, ni linternas, Raúl resolvió ir hasta la cocina para ver si habían saltado los plomos, y Raquel, que es muy medrosa, de ningún modo se quería quedar sola. Llegaron a la cocina, que era donde estaba el cuadro de la luz. Curiosamente, sólo habían saltado las llaves que correspondían a la planta baja. Volvieron a subir las llaves de modo que la luz volvió, y regresaron al salón. Mi amiga Raquel aquí ya estaba bastante nerviosa.

Decidieron subir a la planta alta y dormir, Raúl comenzó a bromear para quitarle hierro al asunto, comentando que si Raquel tenía tanto miedo tal vez sería mejor dormir juntitos, y ella le tomó la palabra. Se fueron a la habitación de los padres de Raúl y allí estuvieron hablando un rato hasta que se quedaron dormidos. Raquel no tenía unos sueños muy dulces y en mitad de una pesadilla se despertó, y pudo ver la luz de una vela acercándose por el pasillo. Miró al lado de la cama y Raúl estaba allí, así que se empezó a asustar de veras.

Trató de despertar a su novio, que tenía el sueño muy pesado, mientras miraba por el rabillo del ojo y veía que la luz de la vela se iba acercando cada vez más a la habitación. ¿Por qué narices dejaríamos la puerta abierta?, se preguntaba Raquel. Gritó muy alto, Raúl se despertó finalmente, pero no había rastro de la luz misteriosa del pasillo. Raúl salió (aquí Raquel ya no le acompañó, prefería quedarse en el cuarto)y le juró que no había nadie, que seguramente estaba medio dormida aún y que había confundido la realidad con un sueño. Raquel estaba bastante segura de haberlo visto, pero si no había nadie en el pasillo ni en las habitaciones, ninguna ventana estaba abierta, su novio tendría razón. Así que se dejó convencer, pero tardó en dormirse. Tenía los ojos como una lechuza, Raúl se volvió a quedar dormido y ella empezaba a sucumbir al sueño cuando...Otra vez la maldita luz de la vela resplandecía desde el pasillo, esta vez Raquel estaba segura de estar despierta, y zarandeó a Raúl sin hacer ruido para que viera la extraña luz que se aproximaba cada vez más hasta el dormitorio donde estaban. Raúl esta vez sí vio la luz de la vela, y se quedó aterrorizado, pues no sabía cómo actuar. Raquel empezó a chillar muerta de miedo, la luz de la vela seguía acercándose, y ninguno de los dos se atrevía a ver quién o qué era el responsable.

Raquel en ese momento, cegada por el terror, se puso la ropa y cogió las llaves del coche, salió por la ventana, se tiró desde el segundo piso de la casa de campo(sorprendentemente no se rompió la crisma) y se quedó en el coche a dormir, pues lo único que podía hacer era pensar en la velita que se veía desde su habitación acercándose al dormitorio. Desde fuera de la casa no se veía ninguna luz y ya estaba pensando que era todo fruto de su imaginación cuando amaneció.

Con la luz del día a ella todo lo que había sucedido le parecía una estupidez de esas en las que uno reacciona desproporcionadamente, y se metió en la casa, gracias a una copia de las llaves que Raúl le había dejado. Mientras subía por las escaleras al segundo piso, dice que el miedo volvió a embargarla, pero que fue valiente y llegó hasta la habitación donde Raúl dormía. El estaba allí, durmiendo tranquilamente. A su lado, en la mesilla de noche, había algo que no estaba la noche anterior. Un candelabro.

sábado, 7 de diciembre de 2013

LA PUERTA NÚMERO 6

Esta historia llegó a mis oídos por el sereno de un antiguo colegio salesiano (Silvio), este hombre de 74 años vivió en carne propia esta experiencia hace unos 60 años...

Era jueves, la lluvia caía como cristales y las copas de los árboles se movían intensamente para todos lados. Los alumnos del colegio llamado "Don Bosco" que transitaban 4 año, se quedaban a dormir en la escuela, ya que una parte de dicha institución poseía habitaciones y un gran comedor donde pasaban toda la noche hasta la tarde del siguiente día. Los chicos entre gritos y risas se agruparon en el parque que tenia la escuela y acataron las ordenes de su director y rector acerca de que se podía hacer y que cosas no. Los niños emprendieron la caminata hacia las habitaciones encabezados por los dos directivos de la institución; primero les mostraron el gran comedor con todas sus instalaciones y minutos mas tarde pasaron al largo pasillo que estaba invadido de habitaciones.

Carlos, y sus dos amigos Daniel y Silvio, tenían previamente adjudicada La habitación Nº4, la cual se encontraba al final del pasillo del lado izquierdo.Era la ultima puerta y lo llamativo era que a comparación de las demás puertas, esta no estaba simétricamente separada de las demás como si la estaban las otras, esta habitación estaba mas alejada.

Carlos fue hasta la puerta escoltado por sus dos amigos, y al girar el picaporte se dio cuenta que estaba cerrada. Al instante se acerco a paso ligero el rector el cual le dijo de manera nerviosa que esa habitación estaba inhabilitada por la que tendría que utilizar la habitación 19.Estas palabras llamaron poderosamente la atención de Carlos el cual giro rápidamente y le lanzo una mirada sospechosa a su amigo Silvio, este ultimo tomo por la espalda a su otro amigo Daniel como empujándolo en la dirección en la que se encontraba la habitación 19.Al llegar, los tres dejaron sus bolsos arriba de sus respectivas camas y dialogaron sobre la actitud del Rector, a Daniel le parecía que sus dos amigos estaban obsesionados con la actitud del directivo y que seguramente estaba en reparación la habitación Nº4. Los amigos salieron al escuchar la voz de una amiga que pedía que salgan porque iban a reunirse en el comedor. Alrededor de 45 niños había y todos se sentaron a desayunar.Seguido a esto, estuvieron toda la tarde haciendo juegos relacionados a la religión, también a la superación de problemas en el grupo escolar y por ultimo mejorar la relación de compañerismo. En ese transcurso Silvio observo detenidamente al Rector ya que este iba y venia y se lo notaba apurado y acalorado, como si estuviera ocultando algo. El rector se llamaba Ernesto y hacia mucho tiempo que estaba en el colegio, de hecho el fue uno de los pensadores de hacer ese pequeño complejo para que fueran los niños del colegio, tenia 50 años era alto, corpulento y siempre llevaba traje gris con zapatos negros muy brillosos.

Ya eran las 19:30, estaba oscuro, seguía la lluvia intensamente y el cielo parecía cada vez mas amenazador. Entre risas Silvio pudo escapar de la reunión del comedor y siguió al rector, subió los escalones despacio y se oculto detrás de una planta que había en una esquina, lo siguió con la vista y lo vio al directivo sacar una llave y entrar a la habitación que a el y a sus amigos les habían negado la entrada, la habitación Nº4. El chico observo que Ernesto acomodaba algo, no era algo pequeño, tenia consistencia. Silvio cerro los ojos como para afinar la vista y pudo ver un brazo, y parecía de niño y mas grave todavía, era de Mariano Utscher, un compañero del curso el cual no lo veía desde cuando estaban en el parque esperando a entrar. Silvio soltó un grito muy bajo y bajo, se sentó al lado de Carlos y nervioso le contó todo. Daniel que estaba al lado, le decía en tono de susto a Silvio que lo que había visto el había sido un error y que tal vez se había dejado llevar por el lugar y la situación. Silvio negaba la suposición de su amigo, y este ultimo nervioso se levanto y se dirigió al pasillo de las habitaciones; sus amigos lo agarraron pero intervino el Director y los separo, al separarlos Daniel le dijo al directivo que iba al baño. Al subir, Daniel tomo el camino de las habitaciones y vio al rector apoyado en el marco de la habitación 4 tomándose la frente. El adolescente camino esos 20 metros que había de distancia de forma tranquila pero a la vez nervioso. El rector sintió la respiración de alguien y lentamente se dio vuelta, este estaba manchado de sangre por todos lados, su corbata estaba repleta de sangre coagulada y sus manos eran todas rojas donde convivían cortes y hematomas. Sin mediar palabras el rector le inserto una cuchilla en la garganta a Daniel causándole una cortadura profunda en su yugular, al instante lo alzo y lo tiro adentro de la habitación y este salio apasiguadamente. Pasaron 10 minutos, y Ernesto bajo, dijo en voz alta que el chico que había subido se sentía con nauseas y vómitos y que se encargo de llamar al padre que ya venia a buscarlo. Silvio y Carlos se miraron desconcertadamente y observaron con atención al rector y no pudieron ver nada sospechoso.

Habia llegado la hora de dormir. Carlos junto con Silvio fue a preguntarle a Ernesto donde estaba Daniel, el adulto rápidamente contesto que estaba en el cuarto suyo que lo estaba cuidando y en breve llegaría su padre. Sivio y Carlos caminaron hasta entrar en su habitación, estuvieron hablando de las actitudes del rector y su comportamiento raro. A las 23:00 toco la puerta de la habitación el director y le pidió a Carlos que le diera el bolso de Daniel ya que había venido la madre a buscarlo, Carlos pregunto por la salud de su amigo pero lo que obtuvo como respuesta fue un simple "el esta bien, no se preocupen. Duérmanse ya es tardísimo". Al otro día la lluvia ya había cesado, pero el viento no de hecho había una marcada capa de neblina . Los dos amigos se levantaron, se vistieron hicieron las camas y bajaron a desayunar. Al acabar, tomaron sus bolsos y los dejaron en la entrada, ya llegaría el micro que los dejaría en sus casas a cada uno. Carlos subió de manera sigilosa al pasillo y ya estaba todo oscuro, solo se veía una luz que provenía de la habitación que en un principio les iba a tocar, la Nº4. El muchacho se acerco hasta la puerta rápido y tuvo que ver dos veces la puerta porque algo le llamaba la atención hasta que se dio cuenta que era; la habitación que solía tener el numero 4 arriba, ahora tenia el 5, al darse vuelta lo ultimo que vio fue una cuchilla introducirse en su estomago y una cara conocida totalmente desquiciada que le clavaba los ojos y lo empujaba hacia adentro de la habitación. Carlos murió sabiendo quien era el asesino, aquel que lucia su traje gris con zapatos impecables.Se dice que despues del accidente, se podia observar que la habitacion que en un principio decia Nº4 ahora tenia el numero 6...

viernes, 6 de diciembre de 2013

ÚLTIMO CONTACTO

Me gustaba dar largos paseos con ella. Todas las tardes cuando caía el sol, iba a visitarla para que le diera un poco de paz y tranquilidad a mi alma, la cual estaba totalmente destrozada tras la pérdida de Esther. Aquél fatídico accidente de tráfico ... nos separó para siempre.

Aún lo tenía muy reciente.

Ana, que ya era como de nuestra familia, conseguía por unos momentos lograr que creyera que de alguna forma Esther permanecía a mi lado, aunque en el fondo sabía que me estaba engañando a mi mismo, pero ella me transmitía esperanzas.

Ana tenía un don, al menos eso es lo que ella y todos los que la conocían podían asegurar. Tenía la facultad de ver a los muertos... pero ... para mi todo aquello eran fantasías. Siempre había sido una chica muy sensible y pensé que igual se sentía bien creyendo que podía ayudar a aquellas personas desesperadas que necesitaban creer en algo. Pero yo no creía en la vida después de la muerte. Para mi la muerte ... era el fin, sin embargo Esther, siempre confió en la capacidad de su mejor amiga.

¿ Y dices que los muertos pueden vernos ?

Claro que sí. Diariamente estamos rodeados de personas fallecidas que nos observan desde su penumbra, aunque somos pocos los que tenemos la capacidad de poder percibirlos. La mayoría de los vivos, no pueden verlos a ellos.

No sé Ana ... ya sabes lo escéptico que soy ... Si así fuera, estoy seguro que Esther habría hecho lo posible para contactar conmigo o me habría enviado alguna señal.

Ana me miraba con ternura y compasión. Sus ojos brillaban de una manera especial, como si quisiera decirme algo. Hizo el amago de hablar pero sólo se quedó en el intento. Sabía que ocultaba algo ...

Dime Ana ¿ en estos momentos estamos siendo observados por alguno de ellos ? Seguro que sólo son imaginaciones tuyas ...

Ana agachó la cabeza y no quiso responderme. Quizás había sido un poco brusco con mi irónica pregunta. Quién sabe, quizás fuese yo el que estaba equivocado. ¿ Quién me asegura a mi que no hay un más allá ? Quizás Ana realmente tenga la capacidad de ver a los muertos, podría ser... ¿por qué no? ... o ... quizás sólo fuesen mis ganas locas de creer que Esther no había desaparecido para siempre.

Lo siento Ana, disculpa si he puesto en duda tu credibilidad, pero estoy desesperado... Llevo días que no soy el mismo.

No te preocupes Diego, entiendo que estes confuso y con ganas de salir de esta pesadilla. Pronto podrás tener paz en tu corazón y podrás vivir tranquilo.

¿La ves a ella?

Todos los días.

Me gustaría poder creerte.

Fue tonta la discusión que tuvísteis antes del accidente.

La miré sorprendido. No se lo conté a nadie. Sólo lo sabíamos Esther y yo. Ese fue el último momento que estuvimos juntos.

No debiste decirle que te habías arrepentido de casarte con ella sólo con la intención de hacerle daño. Y justo en ese momento fue cuando se desencadenó aquel fatídico accidente que os separó para siempre.

Me quedé impresionado. ¿Cómo podía saberlo? Sentí un escalofrío en el cuerpo que hizo agitarme. Era imposible que Ana supiera aquello. Fue justo lo que le dije a Esther y justo lo que ocurrió a continuación. Después de aquello no me quedó otra que darle el beneficio de la duda. Algo me decía que debía darle una oportunidad y averiguar si de verdad Ana era una privilegiada.

¿Cómo puedes saber eso? ... ¡si sólo estábamos los dos! ...

Ya te dije que la veo y hablo con ella todos los días.

Ana, si es verdad que puedes contactar con ellos, ¿crees que habría posibilidad de invocarla? ¡Cuánto daría por volver a verla por última vez y poder despedirme!. La extraño tanto ... que no puedo descansar tranquilo...

Claro que puedes Diego, pero no es tan fácil. Puede que lo que veas no te guste. Las cosas no son siempre lo que parecen.

Me arriesgaría a cualquier cosa. Por favor Ana, tienes que ayudarme. Necesito comprobarlo por mi mismo. Saber si está bien, si es verdad que no ha desaparecido del todo ... que sigue conmigo...lo necesito.

Sabes de sobra que te voy a ayudar, pero recuerda que quizás te impresione mucho lo que vas a ver. Te repito, que las cosas no son como tú piensas.

Me daba lo mismo lo que pudiera ocurrir. Echaba tanto de menos a Esther que mi amor por ella y la desesperación, me impulsaban a cometer la locura de hacer una sesión espiritista con mi amiga. Algo en lo que nunca había creído y de lo que me solía reir.

Llegamos a casa de Ana. Me dijo que me sentara y me pusiera cómodo mientras ella iba al otro cuarto a coger lo que siempre utilizaba para sus sesiones espiritistas. Pero la espera se me hacía eterna. No entendía el por qué de su tardanza, por lo que decidí ir a comprobar si ya estaba lista.

Ana ... ¿por qué tardas tanto? ¿ necesitas ayuda ?

Perdona Diego ... es que estaba haciendo una llamada telefónica ... ya estoy preparada.

Nos sentamos los dos alrededor de la mesa. Ana encendió una vela y la colocó dentro de un vaso, manías que tenía siempre que realizaba una de sus sesiones. Confieso que a pesar de no creer en estos temas, me sentía intrigado e incluso algo nervioso. No sabía lo que podría ocurrir...Y después de que Ana me contara la discusión que Esther y yo tuvimos, no cabía ninguna duda de que algo extraño estaba sucediendo.

Ella me cogió las manos para tranquilizarme. Las tenía muy calientes, yo sin embargo las tenía heladas y temblorosas. Comencé a sentir miedo, lo reconozco.

Ana no paraba de mirar hacia la puerta. La notaba nerviosa y sus ojos expresaban inquietud. Eso hacía que me pusiera aún más nervioso. Ya no sabía si creerla o pensar que mi amiga me estaba tomando el pelo, pero fue entonces cuando poco a poco comencé a notar una extraña sensación en mi cuerpo. Un calor enorme se fue apoderando de mi. Era una sensación única, me sentía enérgico, con mucha fuerza, y el miedo se adueñó de mi. Quizás estuviese sugestionado por el momento, pero yo estaba sintiendo aquello, era algo muy real...lo sentía con mucha fuerza.

Ana ¡qué me está sucediendo!, siento mucho calor...como si estuviese absorviendo algo ...

Ana me miraba mientras sujetaba mis manos y me repetía una y otra vez que me tranquilizara, que todo aquello que estaba sintiendo era algo normal, que siempre sucedía lo mismo cuando se iba a producir una manifestación.

¿ Cuándo va a aparecer ella ?

Viene de camino ... Mira Diego, ya está aquí, ¿no la sientes?. Me dijo casi susurrando ...

Me llevé la mayor sorpresa de mi vida, no podía creer lo que estaban contemplando mis ojos cuando la vi aparecer. Allí estaba ella ... Sentí de repente una mezcla de emociones inexplicables. No pude pronunciar ninguna palabra, no pude reaccionar, me quedé inmóvil. Solo era capaz de mirarla, pero sin poder hacer nada. La impresión fue muy grande y casi no me lo podía creer. Seguía mirándola sin salir del asombro, tenía el rostro demacrado y con ojeras, como si se hubiese llevado semanas y semanas llorando y sin dormir...pero seguía igual de hermosa que siempre, ella era mi vida y sin ella, nada ya tendría sentido.

Impulsado por las ganas de besarla y abrazarla, me incorporé y me dirigí hacia ella lentamente. No me pude contener las lágrimas. Allí estaba ella, a sólo cuatro pasos de mi. Parecía asustada pero ni siquiera me miraba, como desorientada y perdida. Tenía un aspecto normal, salvo por las heridas de cortes que tenía en la cara, llena de moratones. El accidente debió ser brutal, yo apenas pude recordar nada.

Me acerqué a ella y con cierto temor intenté tocarle la cara, pero algo me lo impedía. No conseguí sentir su tacto, como si mi mano no pudiese llegar a su cara.
Deseaba hablarle, pero se quedó sólo en el intento cuando de repente, su voz se pronunció...

Hace mucho frío aquí ... Ana ...

Me asusté, no esperaba que pudiese hablar. Volví a intentar articular alguna palabra pero me era imposible. Fue tanta la impotencia de no poder comunicarme con ella que el calor que sentía al principio cada vez era más intenso.
La vela se apagó y un ruido hizo que desviara mi atención hacia otro lado. El vaso que había encima de la mesa con la vela, cayó al suelo sin ser impulsado por nadie. La luz empezó a parpadear hasta que nos quedamos casi a oscuras, salvo por unas velas que aún quedaban encendidas...

Miré de nuevo a Esther y pude ver el miedo reflejado en su rostro. Estaba temblando y a punto de llorar y miraba a Ana desconcertada mientras Ana me miraba a mi como si estuviese a punto de decirme algo. Pero Esther, con la voz quebrada por el llanto, la interrumpió antes de que pudiera decir nada.

¡ Qué ha sido eso ! ... Ana ... ¡ ¿Diego está aquí verdad? !

Una avalancha de imágenes me vinieron a la cabeza. Recordé el día del accidente, cómo íbamos los dos discutiendo mientras yo conducía. Un coche que venía de frente se cruzó al carril por el que íbamos nosotros. Tenía algunas lagunas en mis pensamientos pero ... lo que sí recordaba era la ambulancia llevándose a Esther, mientras yo permanecía allí de pie contemplándolo todo sin saber qué estaba sucediendo. Nadie se preocupó por mi estado y eso me extrañó. Pero ahora todo cobraba sentido, lo tenía todo claro. Comencé a ver las imágenes una por una, el coche de frente dirigiéndose hacia nosotros a toda velocidad, Esther al lado mía inconsciente, con el rostro sangrando. Recuerdo haber salido del coche con normalidad ... no, aquello no era normal después de aquél violento choque. Fue en ese momento cuando comprendí, que quien sobrevivió a aquél accidente ... no fui yo...

jueves, 5 de diciembre de 2013

POLYBIUS

Una de las leyendas más misteriosas del mundo de los videojuegos es una que afirma que hay un antiguo juego que provocaba amnesias y suicidios entre sus jugadores. No existe ninguna prueba concreta de esta afirmación, pero la leyenda continúa suscitando curiosidades y excitando lo imaginario. El juego en cuestión era el Polybius, un especie de arcade aparecido en 1981, creado por Ed Rottberg para la sociedad Sinneslöschen.

 

En la época, Polybius (juego adaptado de otro juego llamado "Tempest") tuvo un éxito importante y mucha gente se amontonaba delante de la máquina esperando su turno para jugar. Sin embargo, al cabo de unos días, numerosos jugadores se quejaron de padecer amnesias, cefaleas, pesadillas, insomnio y algunos, incluso, llegaron a intentar suicidarse.

Muchas son las leyendas que se dispararon alrededor del videojuego: muchos aseguraron ver a hombres vestidos con trajes negros tomando notas de los jugadores que más puntuaciones hacían. Otros aseguraban haber visto "caras fantasmales" que recorrían la pantalla. También están los que en mitad del juego han visto mensajes subliminales, entre los que el más destacado es "suicídate". Voces bajo el sonido del juego, quejidos de pánico,... la rumorología se extendió.

Atari arroja algo de luz al asunto diciendo que el procedimiento empleado tanto en Tempest como en Polybius, que consistía en hacer girar el decorado alrededor de un elemento fijo, podía llegar a causar náuseas entre los jugadores.


EL COLLAR MALDITO

Un dia muy lindo y soleado me desperte muy asustada por una esxtraña pesadilla que habia tenido. Fue extraña pero un poco confusa. Sali de la cama y abrí mi persiana, era de día.Me vesti y baje las escaleras.Luego de desayunar me fui a la playa a caminar un rato.

Camine un rato por una playa desierta que estaba cerca de mi casa.Por la orilla encontre un hermoso collar, con una gema de color esmeralda en el centro.Fui a mi cas y le conte a mi mama lo que habia encontrado.Esa misma noche me fui a un baile con mis amigos.Lucia un hermoso vestido sin mangas y el collar que encontre en la playa.
En el baile, estaba con unas amigas y dos amigos.Fuismos a el cuarto donde guardaban los abrigos. Era grande y oscuro. Encontramos una tabla ouija y nos pusimos a jugar en una mesita. Todo lo consideraba como un juego, yo hacia las preguntas pero nadie contestaba.Hata que pudimos concentrarnos. Yo pregunte si habia espirutos en esa enorme casa. Alguien respondio que si.


_¿Podrias decirnos como te llamas?
MELINA.
_¿Cuantos años tienes?
8.
_¿Podriamos hacerte unas preguntas.
SI
Y entonces mi collar empezo a brillar y mis ojos se volvieron blancos.
YO SOY MELINA UNA NIÑA DE 8 AÑOS. MIS PADRES ME DEJARON SOLA EN ESTA CASA, ME DIJERON QUE SE IRIAN UNA NOCHE PERO NUNCA VOLVIERON. Y ASI HE MUERTO DE HAMBRE, FRIO Y MIEDO.


Mi silla se movia adelante y atras, hasta que caí y me desmayé.
Bueno, por lo menos yo sabia que me habia desmayado, pero lo demas me lo dijeron mis amigos que estaban en ese momento.Desde ese dia nunca mas use cosas que encontre en el mar.Yo les creo a mis amigos porque aún siento esa extraña censacion de que alguien ha tomado mi cuerpo....